Me la paso pensando en ti y en la situación que nos envuelve, los obstáculos que minan el camino para estar juntos. Camino en ciclos de ocho pasos, voy contándolos; no estar contigo es caminar en círculos, inevitablemente. Voy acostándome en pastos o vagando por las calles, desvelándome para esperar absurdamente que toques la puerta o te traiga algo a mi ventana. Me angustia tu ausencia, me angustia su eternidad, su presencia perpetua. Quisiera romper las cadenas y estirar las raíces hasta llegar a ti. Después de conocerte mi ambición se volvió mediocre, los deseos se volvieron vacuos.
Ojalá me recuerdes cuando no te veo ni te escribo ni te hablo. Podría ser egoísta querer ocupar un lugar de tu mente, tal vez me sobrestimo demasiado, seguramente tienes muchas cosas en qué pensar por encima de mí. Siento que te extraño; me siento desesperado, impaciente, temeroso. Me da miedo verte y me da miedo no hacerlo nunca. Quisiera romper mis cadenas y estirar mis raíces hasta llegar a ti, no deberíamos vivir así. Quisiera despertar de este sueño, soy patéticamente consumido por él. Me consume la espera, miro la vida pasar, esperando fundirme contigo. No le temo a la naturaleza utópica de la reciprocidad, no importa si yo te quiero menos o te quiero más, porque incluso lo menos sería muchísimo, incluso si no me quisieras te querría igual. Quisiera escapar de mis paredes, salir por la ventana para buscarte, para dejar el descontento y calmarme un poco, para obtener un poco de paz.
Aunque intente ignorar a las voces internas, lo que te escribo le tira sal a la herida, está bailando flamenco sobre ella con tacones de puta, mientras me mezo en la miseria de mi destino. Lo extraño de este nosotros es lo interesante de nuestro encanto, la pena que vale aquí es tristeza sonriente con que hablamos, sonrisa decepcionada cuando callamos. Aunque la esperanza se ponga inestable, siempre sigue hablando. Le haces falta a esta ciudad aburrida. ¿Si el alma es estúpida y el cuerpo es jaula, a qué lado me tiro?